Mi museo
Acumulamos vivencias, de diferentes tipos y luego parece que quedamos sometidos en el esquema mental, de la personalidad. Por eso, los niños siempre tienen la ventaja, de ver las cosas tan puramente, ya que no tienen recuerdos de donde echar mano, con lo que ven les basta y lo demás, son sólo preguntas Socráticas… ¿por qué? Así, manifiestan su curiosidad y parece que las primeras respuestas que obtienen, son las más determinantes para su futura interpretación del mundo. Lo más sorprendente del ser humano, es la capacidad que tiene para formarse, para hacerse a sí mismo y luego, diferenciarse de los demás, como individuo. Pero eso no es todo, es también interesante, comprender que hay un espacio de uno mismo, al que no pude llegar el entendimiento; es una brecha de inocencia inevitable y fundamental para la vida social.
Me gusta observarme a mi mismo, como una pintura, en la que un mundo es retratado. Cada suceso, es una pincelada y lo más hermoso, es el diálogo que se genera, entre el artista y la obra. Lo más importante, es que detrás de todo esto, hay un lenguaje lleno de signos y significados, establecido por la influencia de quienes, de una u otra manera, han tenido contacto con ese mundo, además de todos los aportes importantes, de los exóticos y variados matices, que se pueden encontrar fuera de tu propio y diminuto universo.

¿Quién soy yo, para entender el significado de mi felicidad y de mi tristeza?
La vida es un lienzo, en el que ambas pintan con sus colores y sus formas…
Y un día, alguien llega al museo de la vida y se queda contemplando la obra…
Después de un largo tiempo y de pensar una cantidad de disparates que poco o nada, tuvieron que ver con la realidad del artista, el observador da media vuelta y emprende el camino a casa… El verdadero dilema no radica en el grado de entendimiento, sino en el hecho de una experiencia que impacta y que se plasma en las profundidades del inconciente. Aún cuando nadie, ni siquiera el mismo autor, tiene la sapienza de dar explicaciones al respecto, será en los abismos de la memoria, donde germinará la semilla de un sentimiento innovador…
Me gusta observarme a mi mismo, como una pintura, en la que un mundo es retratado. Cada suceso, es una pincelada y lo más hermoso, es el diálogo que se genera, entre el artista y la obra. Lo más importante, es que detrás de todo esto, hay un lenguaje lleno de signos y significados, establecido por la influencia de quienes, de una u otra manera, han tenido contacto con ese mundo, además de todos los aportes importantes, de los exóticos y variados matices, que se pueden encontrar fuera de tu propio y diminuto universo.

¿Quién soy yo, para entender el significado de mi felicidad y de mi tristeza?
La vida es un lienzo, en el que ambas pintan con sus colores y sus formas…
Y un día, alguien llega al museo de la vida y se queda contemplando la obra…
Después de un largo tiempo y de pensar una cantidad de disparates que poco o nada, tuvieron que ver con la realidad del artista, el observador da media vuelta y emprende el camino a casa… El verdadero dilema no radica en el grado de entendimiento, sino en el hecho de una experiencia que impacta y que se plasma en las profundidades del inconciente. Aún cuando nadie, ni siquiera el mismo autor, tiene la sapienza de dar explicaciones al respecto, será en los abismos de la memoria, donde germinará la semilla de un sentimiento innovador…